Los labios de Rómulo no son almohadas. Tampoco valles ni rábanos de guajana. Pero los imagino conmigo tanto como Fidel a su Habana. Invierto alrededor de diez canciones diarias sólo imaginándolos. En especial un puñado de boleros nuevos de la banda Daniel, me estás matando. Por supuesto, él, Rómulo, no tiene ni idea de estas visualizaciones. Pero qué bien se siente que, en pleno noviembre, mientras escucho un himno patriótico de algún partido político, en lugar de sentir hastío lo que siento son ganas de que sean las seis en punto para que finalmente Rómulo salga de su trabajo y pase a buscarme. Que salga y se mire la cara en su retrovisor, roce sus dedos por sus robustas cejas y abra su boca para mirar sus dientes.
Recuerdo tan bien la sensación que me provocaba nuestra amistad. Era una sensación tan clara y liviana. Y hoy se siente todo igual, pero a la vez tan distinto. Se siente como cuando decido ponerme mi vestido favorito de hace tres veranos atrás. Es decir, me sigue gustando mi vestido, pero me gusta más tan sólo por el hecho de que han pasado más de 900 días y al ponérmelo me queda más ajustado y eso me hace reconocer que la vida ha pasado y que aun así hay cosas, objetos, experiencias, gente, sensaciones que siguen siendo parte de mi mundo, de mi anclaje. ---YINQ©
Texto y Fotografías © YINQ