Ir al supermercado se ha convertido en uno de mis momentos favoritos de la semana.
Recuerdo que hubo un tiempo en mi vida en el que ni siquiera tenía la energía suficiente como para caminar hasta él. Me pesaba el cansancio existencial de ir en el tren hasta el Bajo Manhattan y luego volar en él subterráneamente de nuevo hasta las alturas de Washington Heights y luego subir los cinco pisos de escaleras hasta mi casa.
Pero ya no.
Ahora si pudiera ir al supermercado todos los días lo haría.
Creo que es una buena forma de decir que la vida ahora me presenta la libertad de lo rutinario como lo más bello, como el secreto a descubrir. Lo cual, inevitablemente, me hace recordar una frase bastante poderosa que leí alguna vez: "en la rutina es que se encuentran las revelaciones". Por eso ahora la rutina de ir con mi bolsa de mercado y comprar frutas frescas y experimentar con cosas exóticas tales como el agua de coco o las manzanas verdes (jajaja)... es realmente una recompensa a esta adultez mía que lo ha podido todo.
En fin, que todo esto es la introducción a lo que nos toca. Ayer, precisamente en la fila del supermercado, estuve el suficiente tiempo (5 minutos) como para darme cuenta de la conversación de las señoras que iban detrás de mí:
“Ay, pero se están tardando mucho. ¿No hay ninguna otra caja abierta?”
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Fui feliz al notar mi diminuta pero poderosa revelación. Me reconocí sin prisa. Gracias a la conversación, me di cuenta de que ya no tengo prisa.
Creo que eso es una maravilla.
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{Texto y Foto YINQ©}