en este momento tan mío


 

20 de octubre de 2019

Nueva York, Nueva York

Mientras me preparo para dar un paso firme sobre el suelo, decido alargar mi paso por las nubes emocionales primero.  Recuerdo así la realidad construida cada mañana al despertar.  A veces son mañanas de miel y otras no.  Nueva York tiene el apellido de lo imposible y fantástico.  Imposible por el hecho de que a más ciudad, más reconocimiento de la inmensidad de la vida y más el entendimiento de que no todo puede capturarse.  Me explico.  Hay cafés, avenidas, museos, teatros, parques, plazas, catedrales, taxis, taxis, taxis.  Y de pronto, al verlo todo, la casa que es mi mente se sobresalta.  Como si fuera incapaz de apreciarlo todo y con ello abre paso al agradecimiento inmenso de eso imposible que toca cada sentido en esta ciudad.  El olor a nueces tostadas, el frío otoñal en la piel, las avenidas interminables que casi llegan a Canadá, los cappuccinos deliciosos que arropan a la ciudad, el ruido del tráfico y de los planes 'de esta noche' de los turistas y de las llamadas miles en cada semáforo.

Nueva York, Nueva York, Nueva York.  Eres causa y efecto.  Eres baile y quietud.  Eres miel dulce y piedra.  Eres ruda y delicada.  Eres real e irreal.  Estás llena de puentes y de hojas amarillas.  Estás llena de pájaros aunque las bocinas del tráfico te los escondan.  Estás llena de mí, de una extraña forma.  Cada que entro a tus arterias a través del tren expreso vuelo y me crecen raíces.  Sí.  Es extraño.  Y es bello.  Es bello reconocer que eres quien sin decirme nada me lo dices todo haciéndote así fantástica.

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De camino al museo en el tren

              descubro

              el latir del corazón

                    en mi garganta.

Tomo el autobus en la 86.

Atravieso el Parque Central de este a oeste.

Tomo tiempo.

            Aguardo con expectativa.

Llego al fin a la parada que da esquina al Museo Metropolitano de Arte.

Me quedo paralizada.

            Se desvanece todo adentro.

Observo los árboles quietos y robustos.  A lo lejos veo el anuncio imponente de una exihibición que durará hasta el día de hoy.

Me detengo.

Miro las infinitas escaleras de este museo-catedral.

Revisan mi bolso.
     
              Me dan la bienvenida.

Entro y, al hacerlo, me siento liviana.

Camino al área en que hombres vestidos con gabán toman los abrigos y chaquetas y bultos llenos de mapas y snacks y souvenirs de los turistas.

Y sin tener que pagar por la entrada ya veo,

               noto,

               siento

               arte.

Estos hombres, los que están vestidos de gabán, aceptan con presteza las pertenencias de extraños de todas las cuevas del mundo.

Y sonrío.

Es increíble que a alguien se le haya ocurrido crear este "coat check".  Parece una machina de feria con abrigos colgando de estantes de aluminio movibles en forma de S.  Cada cual recibe un número a cambio de entregar todo lo que pesa y no es permitible dentro del museo.

Y esto basta.  Basta para darme cuenta de que hay belleza en todo.  Y a todo esto aún no he entrado en propiedad al museo.

Y ahora,

                ahora,

                 me doy cuenta de que hay tremenda tienda de libros y memorabilia en la esquina del lobby.

Y así, valido mi decisión de no pagar por entrar al museo, sólo basta entrar al rincón lleno de libros.

Compro uno de los más atractivos por su portada.  Gira su tema alrededor de la mitología.  Explota así mi curiosidad.  Encuentro una silla.  Coloco mis cosas para sentar mi territorio, mis fronteras.  Pido un cappuccino mientras con el rabo del ojo me aseguro de que nadie vaya a llevarse mis cosas.

Pido un croissant por el simple hecho de hacer de esta imagen interna una imagen visible al mundo.  Por que quiero ser eso.  Quiero ser parte del mundo.  Con unos cuantos pasos llego a mi asiento asignado.  Me siento.  Abro el libro.  Uno el café con el azúcar.  Doy un primer sorbo.  Comienzo a leer sobre los griegos.  Y ya está.  Aquí sentada.  En este momento tan mío.  Ya lo soy, ya lo soy.

Con cariño,
Y. Isabel