[...] Al fin me miro adentro y descubro ya no la
madurez descuajada sino más bien la certeza. La certeza se siente tan
bien. Es como si fuera un apellido que me gusta. Como una palabra cuya
impresión sonora se me quedara adentro en forma de eco y en forma de
canción. Certeza. Certeza. Certeza. De lo que soy y no. De lo que
fui y no. De lo que seré y no. Y lo mejor es comprender, también al fin, que la
certeza no tiene por qué mirarse igual para tí. Que la mía no tiene por
qué parecerse a la tuya ni viceversa. ¿Puede haber algo más bello que
eso? Es posible. Pero en este aquí que me pertenece y en este ahora
que me arropa, la certeza sabe a café colombiano medium roasted, viste un florero lleno de peonias rosadas brillantes, se mueve en un taxi que me lleva al otro
lado de la ciudad, se abriga en un hogar que le acoje lleno de plantas verdes y
lucesitas navideñas todo el año, y existe tranquilamente en una torre de libros a medio terminar en un verano en Nueva York.
-11 de junio de 2020
{Texto y Fotos YINQ©}