Todo es eso. Lo pequeño. Lo que es imperceptible: el pequeño detalle, la pequeña carta, las cosas que en suma miras un domingo de tarde. Colocarlo todo con suavidad e intención sobre una mesa de esas viejas, de las que heredas de vidas anteriores. Darte cuenta de que es ahí, en medio de ese conjunto de sensaciones (convertidas a veces en objetos), el lugar en donde reside la verdad. Que sólo necesitas una diminuta constelación de ideas para vivir: amar o no, imaginar o no, escribir o no, apreciar o no, detenerte o no. Y así, entretejer cada una de tus coordenadas hasta ir formando concreto y diminuto, inminente e inmensamente un mundo, tuyo. El propio, el que no necesita más. -- un domingo del 2022