Apenas son las 8:43 de la mañana del 22 de septiembre del 2017. Voy en el tren J de Brooklyn a Manhattan. Desde mis audífonos escucho una versión más de Verde Luz. Y con ello le doy la bienvenida al mar dentro del vagón del tren. En la pantalla de mi celular observo contenida a la Isla desde este vagón atestado de gente con destinos diferentes, este vagón que, de pronto, se cubre de agua, palmas, vientos huracanados y, sobre todo, soledad. Evito llorar en un intento egoísta de salvarme.
Veo fotos del antes y después de esa tal María que no pudo contener las ganas de conocer a nuestra Isla. Lloro en mis adentros por Borinquén y lloro también por mí, es verdad. Porque por primera vez en la historia de mi vida se hace clara mi decisión de estar en Nueva York. Me explico. Hace ya dos cortos días que no escucho la voz de mi madre en la mañana. No es hasta ahora que puedo reconocer que este exilio es visible. Que escuchar la voz de mi madre, por ejemplo, o recibir mensajes de mis amigos a través de las redes sociales me hacía vivir cada día antes de este 20 de septiembre como si fuera posible estar en dos lugares a la vez. Y de pronto lo entiendo: que la voz de mi madre es Puerto Rico y que nada hay o nadie hay que pueda llenar ese vacío sin fondo, de la distancia, de la Patria sin voz ni imagen. Es como si la dichosa María me hiciera ver la realidad como la realidad y mis sueños como sólo sueños. Es como si este tren que me lleva a Manhattan en este día me provocara la sensación extraña de saber que por primera vez, desde mi exilio, no soy parte de la historia de Puerto Rico. Por más que exista esta red inalámbrica mágica, lo que siento yo no es lo mismo que siente mi familia, mis vecinos de San Sebastián, o mis amigos de San Juan.
Comienzo a notar mi respiración de nuevo y lo que hay a mi alrededor en este tren es gente, como un mar de extrañeza a mi alrededor. Sólo noto los torsos de su cuerpos y a la altura de mi rostro percibo figuras mientras escribo estas letras. Nadie parece notar cómo lo que soy está cambiando en este preciso momento de conciencia. Y ya está. Está decidido. Vuelvo a Puerto Rico.
—María en mí
Y. Isabel