Llamar más tarde

Llamé a mi abuelo pero estaba recogiendo hojas.  Contestó mi primo en su lugar.  Nuestra conversación fue mínima.  Creo que tiene que ver con el hecho de que ambos reconocemos las luchas de la vida y por eso lo breve, por aquello de darnos honor a cada uno.  Sí, reconocernos también lo suficiente como para no ahondar en ningún tema que sea muy delicado o muy profundo para las nueve de la mañana.  

—¿Está abuelo?

—Está pero afuera, trabajando en el patio.

—Oh, ok.  No te preocupes, yo lo llamo más tarde.

Fue así como recordé a las hojas cubriendo no sólo el patio.  La última vez que me posé por allí, hace un par de semanas, las hojas ya habitaban el piso en concreto del garaje, las escaleras, y hasta la acera más allá de los límites de la verja.  Estando allí, al mirarlas, en quien pensé fue en abuela y en lo mucho que las odiaba. “Tu abuelo tiene que limpiar estas hojas”, solía decirme con su risa traviesa.  Otras veces lo llamaba por su nombre.  Intuyo que quizás eran las veces en que ya la acumulación de hojas le estaban molestando: “Edwin tiene que recoger las hojas, mira pa ya.”

Ahora que lo pienso, abuela siempre fue quien mantuvo en estatus de castillo a su casa.  Todo siempre tan hermosamente puesto.  Nunca tuvo el pasatiempo de comprar.  Por eso llegar a la casa siempre se sentía igual.  Todo estaba en su sitio.  Solía colocar florecitas (de pétalos casi microscópicos) en los potes de medicina vacíos.  Siempre las ponía al lado del fregadero junto a su set de tacitas, de esas de colección que uno compra en las farmacias.

Hoy la casa de abuela sigue siendo el espacio de un reino.  Pero su risa falta.  ¿Pensará abuelo en ella al recoger las hojas? 


Con amor,
Y. Isabel