Hace unos días iba bajando las escaleras y me dio con rebuscar en mi cartera la llave "inteligente" de mi carro. Sin darle mucho pensamiento, al encontrarla en ese universo sin fondo, mi dedo pulgar fue directo al botón de cerrar. Hubiese sido un acto bondadoso, eficiente, y práctico si el carro hubiese estado cerca. Pero esta es la cosa: cuando mi dedo pulgar pulsó el botón de cerrar realmente lo que quería, a inconsciencia, era asegurarse de que yo hubiese cerrado bien la casa. Sí, así es. El condicionamiento ya es tan animal que asocio la acción de “cerrar” con “hundir el botón de la llave inteligente” del carro. Pero, la llave inteligente del carro, como has de deducir, no cierra casas, ni apartamentos, ni puertas de ningún tipo que no sea la del carro, en específico el mío.
Continúo: igual ha estado pasando en ocasiones con otras cosas. De pronto, mi sistema de memorias consolida, sin mucha pregunta, asociaciones que antes no existían. Puedo estar, por ejemplo, frente a la computadora y notar el pensamiento de que quizá el volumen del video que he colocado de fondo está muy alto y entonces ¡púm!, lo pienso: “Alexa, baja volumen”. Pero no, Alexa no vive en mi laptop, vive en la bocinita esa, el “dot”, que descansa sobre la mesita de madera en mi sala, el que me recuerda todos los días a las nueve de la noche que “es hora de dormir”.
Este simple repaso de memorias recientes ha activado varias preguntas nuevas en mí: 1) ¿Qué otras cosas estaré asociando que no necesariamente andan juntas?, 2) ¿Será que quizá he asociado mi valor con recompensas que no son naturales?, 3) ¿Será que quizá he asociado mi definición de lo que es el amor con experiencias desastrosas del pasado?, 4) ¿Será que quizá he asociado personas de mi vida con específicas sensaciones que no son naturales tampoco?
Existe en todo ello mucho por desenredar pero hoy me contento con el simple hecho de haberme dado cuenta.
¿Y tú, de qué te has dado cuenta últimamente?
Con amor,
Yésica Isabel