Hay jardines en los que una vive por siempre si lo desea. No están llenos de flores necesariamente. Me parece que, siendo honesta, están atestados de memorias de niñez, guías telefónicas con nombres y direcciones sombreadas con amarillo fluorescente... igual, tienen recovecos llenos de revistas viejas de esas que una compraba en la farmacia del pueblo para aquella época de los 90.
Estos jardines de los que te hablo también, de vez en cuando, están vestidos de promesas que luego una abandona, ¿o será mejor decir "promesas de las que luego una crece"? Sí, porque a todas nos llega la conciencia de que la vida, aunque tenga flores en racimos, también tiene sus sustos, sus espantos, sus intersecciones de más de seis carriles que ni Alí Babá. También, a la vera de esta conciencia, llega alguna que otra receta ancestral que debe ser abolida sin espada.
Hay jardines inmovibles sí, ¿para qué negarlos? Pero igual hay de los que no quedan en ningún lado, cuelgan de la mirada propia y se contentan con los ajenos, siempre con amor. En esos quiero vivir.
¿Y tú?
Con amor,
Yésica Isabel
—Ejercicios para contarme