Yo no creo en esas cosas

Yo no creo en esas cosas, bueno, digo no creer, pero qué julepe de reacciones breves tuve cuando noté que el té de jengibre no vino acompañado con una frase.  ¿Cómo iba a ser eso posible? Era el segundo día del año (o sea, hoy), esa temporada clara de pensamientos e intenciones, ¿por qué entonces la compañía de tés fue tan insensible de no poner un papelito de esos con sabiduría?  Me da risa escribirlo.  A decir verdad,  creo que eso de “no creer en esas cosas” tiene sus raíces muy profundas, de esas que no se resuelven, de las del tipo nisiquiera-tirar-una-cámara-de-video-minúscula-por-un-agujero-en-la-nieve-podrá-encontrar-el-origen-de-mi-era-glacial. 


En fin, aquí lo importante, darme cuenta de la decepción de no hallar palabras de esperanza o de validación en una tira de papel, me dio con pensar en el tema del auto-abandono, sí, y cómo puede ser visto como una estrategia de sobrevivencia. Sí, nuestro cerebro es tan mágico que busca estrategias miles para hacernos sobrellevar momentos, eventos, o años de experiencias retantes. Tanta es la fuerza de nuestro cerebro, claro, y de los procesos de socialización también, que cuando pequeñitos, muchas veces sin darnos cuenta, aprendimos a mirar a nuestro alrededor, notar qué andaba pasando, y, acto seguido, acomodábamos nuestra conducta visible a lo que era esperado de nosotras, nosotros, nosotres, a lo que nos decían que debíamos ser o hacer.  Era necesario seguir la instrucción, era cuestión de un simbólico vida-o-muerte. Necesitábamos ajustarnos para sentirnos vistos y ser ‘parte del grupo’.  De ahí surge, tantas veces, nuestro ‘instinto’ de complacer a los demás (o como se dice en inglés: ‘people pleasing’).


 

Ok, ok.  ¿Y qué tiene que ver todo esto del cerebro con el hecho de que mi té de jengibre no vino acompañado con una frase?  Pues, ese momentito del ‘darme cuenta’ me hizo reconocer que andaba yo buscando, en el azar, afuera, palabras de afirmación que me puedo muy bien decir a mí misma.  Y, oye, no es que tenga eso nada de malo —me digo con amor— pero no puedo empezar el año simplemente mirando afuera, buscando imágenes que me validen.  ¿Cómo pudiese ser mi vida si así lo hiciera?  Sería mi existencia demasiado pegajosa a cualquier imagen o palabra externa, tanto de afirmación como de duda sobre lo que soy, sobre lo que puedo ser.

 


Con todo, nada me quita las ganas de ir por mi fortune cookie. Es sorprendentemente poderoso notar los hábitos del perfecto cerebro.  Les contaré luego.



Con curiosidad,

Yésica Isabel

—2 de enero