Hace tiempo que no escribo desde esta mesa. Tiene mucho que ver con la vida y nada que ver con las ganas. Así que me alisto. Primero, el disco de Bleachers en modo aleatorio. Segundo, encender la lamparita amarilla que me deja ciega si la miro directamente. Tercero, enfrentarme a la página blanca. Cuarto, aceptarlo: a veces no escribo por miedos estúpidos y otras catástrofes. Por ejemplo, mis propias sensibilidades, el mundo en fuego, la vida terrestre, el cambio climático, los días 16, el exilio, los recuerdos, la mirada de fuego, los besos, los libros.
Pero hoy, con todo y lo que no te he dicho, necesito hacerlo de nuevo. Necesito escribir como ejercicio para contarme. Necesito escribir como ejercicio de documentar esta edad, estas manos, esta sala, esta mesa, estos maquillajes que no caben en la carterita de cosméticos, esta botella vintage llena de lápices con goma. Necesito escribir para hablar del hecho de que escuché en el supermercado una canción de Chayanne y luego pensé que todo es culpa de él. Necesito escribir sobre la risa de haberlo pensado.
Recuerdo cómo era el proceso de escribir cuando no habían métricas. Era libre, salvaje. Me pregunto, ¿cómo hubiese sido el trabajo de Mary Oliver si hubiese tenido Instagram?
En otros temas, sé que hay preguntas inquietantes, sé que mientras escribo existe la guerra, pero qué bueno poder reconocer que el arte es la columna vertebral que sostiene al mundo cuando nada tiene sentido.
El arte de amar.
El arte de conectar.
El arte de encapsular momentos de paz.
En fin, me voy a escuchar a Chayanne.
Con amor y respeto,
Yo