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Me ha tocado mucho la lectura del mes de nuestro book club. Y lo escribo así, sin prometer un pasado, porque aún lo hace; me ha tocado y me toca, por razones miles.
En algún momento de mi vida leí que uno debe cerrar los ojos cuando se presenta ante una biblioteca.
Ahora, sin ambages, lo que nos compete: La biblioteca de París es una novela de la escritora estadounidense Janet Skeslien Charles [traducida al español por Gemma Rovira Ortega]. Sin quererlo ellas, por supuesto, han desenterrado un París, el mío, el que me robé inicialmente en el 2005 y luego en el 2008 y luego, con astucia, en el 2017 y por último en el 2018. Lo afirmo y, sin buscarlo, me reciben estampas varias y placeres varios, aunque los cuadernos de siempre. Sí, los cuadernos que llevan conmigo desde que me adentré a la tarea esta de apuntar la vida porque es tanta que no quiero que se me derrame.
Aunque La biblioteca de París no es una historia de amor romántico, es una historia de amores. Y aunque devela principalmente el tema de un grupo de bibliotecarios que, en la ocupación Nazi de Francia durante la Segunda Guerra Mundial, resistieron la imposición de la injusticia y discriminación, también devela en mí una verdad a la que vuelvo siempre: amo los verbos, las flores, la literatura y la realidad.
Con todo y lo complejo que incluye el texto, me atrevo a decir, la autora triunfa en presentarnos el abrazo entre lo que duele y lo que sana, lo que pregunta y lo que contesta. Ilumina las vidas de quienes portan como único delito el ser de X o Y país, así como de quienes tienen el privilegio de no ser culpados pero andan con culpa por eso mismo, por tener un halo de libertad todavía. En el caso de la novela, los judíos fueron del primer grupo y el segundo grupo fue conformado por un puñado de franceses y extranjeros que decidieron usar el derecho a la libertad para abogar por la libertad de quienes la carecían.¿Cómo lo hicieron? A través del abrazo a la literatura.
Una imagen que salta del texto para concretar la idea más viva que me llevo de la lectura es saber que en un inicio, en una conversación casual de los personajes, se tilda la labor de una bibliotecaria de no-urgente y no-esencial; se le compara de forma pictórica con la urgente y esencial tarea de profesionales de la salud. A través del texto, sin embargo, se va revelando cómo esta comparación es injusta y una pérdida de tiempo.
La literatura salva.
En este caso, esta lectura ha salvado mis memorias de París, la versión de mí que era en aquel instante entre sus calles y quien deseo continuar siendo.
La biblioteca americana de París es un libro del cual nunca terminaré de hablar. Te lo prometo.
Por último, luego te cuento de las mariposas.
Con amor,
Yésica Isabel Nieves