Coloco el disco con delicadeza. Enciendo la idea: todos necesitamos un refugio. ¿Y qué lo constituye? ¿Cuál es su lenguaje? ¿Su vocabulario predilecto? ¿Sus verbos fijos? Subo el volumen: TODOS NECESITAMOS UN REFUGIO. Lo repito, por última vez, con la intención de que te quedes con la sensación: Todos Necesitamos Un Refugio.
A veces mi refugio es una canción familiar. Pero últimamente, lo admito, es una canción nueva que no puedo parar de escuchar. Está en bucle, me acurruco en ella, me envuelvo en ella, no porque tenga temor sino porque la necesito para poder afrontar las selvas de la vida diaria con una pegajosa consistencia.
Mi refugio es también Filipenses 4:13, como me enseñó abuela Sylvia. Y también las palabras de mi madre en uno de los momentos de mayor oscurantismo en mi vida: “Tú eres el tesoro”. Sí, así me dijo y me construyó un hogar. Todavía recuerdo el momento en que lo apalabró. Yo acababa de hacerle preguntas sobre el amor y le había pedido su opinión acerca de una interacción sin frutas que sostenía con un muchachito. ~Sé a lo que se refería mi madre, sé que no lo dijo por menospreciar al muchachito. Lo dijo para hacerme recordar mi valor inherente como ser humano. Luego, mientras seguía construyendo las paredes del hogar, le pregunté el por qué soy un tesoro y me dijo que la razón era y es simplemente “porque sí”. ¿Existirá una canción más hermosa que esa? Probablemente no. Definitivamente me aferro a esa canción también.
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Mi refugio... mi refugio son tus labios, mi amor, cuando me dijeron que querían hacer planes conmigo. Sin yo buscarlo, sin yo pedirlo. Sin persuadirlos, querían hacer planes conmigo. Me lo dijeron en la Luna y desde entonces no he querido desabordar la nave.
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Mi refugio, es la mirada de mi padre y su risa a pesar de su enfermedad, la lucha de mi hermana en el exilio forzado—aunque no político—, las poesías de mi abuelo por teléfono, las ropas que conservo cosidas por abuela Awilda cuando su memoria estaba intacta.
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Y con todo, sí, aún con todo lo que nutre esta retahíla de refugios —te lo confieso— hace unos meses me sentí más fuera de mí que nunca, exiliada en mi propio cuerpo, de los jardines de descanso que me había construido.
No encontraba palabras y no era cuestión de bloqueo. Lo sé porque la sensación estaba, osea el pulsar, pero no así las palabras… Me enfrentaba a experiencias terribles que ni la ciencia. Tanto así que tuve que buscar ayuda fuera de mí. Había perdido mis refugios sin nisiquiera planificarlo porque una canción más fuerte provocó interferencia.
Pasaron los días.
Las semanas.
Un par de meses.
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Entonces pasó: recibí un mensaje inesperado de uno de los miembros del club de lectura. Me decía que quería contarme de su curiosidad del por qué el club ya no se estaba reuniendo, del por qué no había ya una fecha fija de reencuentro. Que ¿qué estaba pasando? Y, sobre todo, ¿que si yo tenía un refugio?
No recuerdo cuánto tiempo pasó entre ese primer mensaje y el café que nos tomamos. Lo que sí recuerdo es el hecho de que sus palabras se convirtieron en un entendimiento y en una visión y en una aparición de un nuevo refugio hasta ese momento invisible para mí: ¡el club de lectura! ¡sus miembros! ¡sus puntos de vista!
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En estas últimas semanas han seguido pasando cosas terribles en mi vida pero también ha comenzado a revelarse una nueva canción familiar con más fuerza: a pesar de lo que duele, llega lo que eleva, a pesar de lo que pisa, llega lo que me hace volar… encuentros, conversaciones, videollamadas, nuevas palabras, nuevas promesas, nuevas curiosidades.
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Sin saber cómo iría a convertirse en un refugio, lancé una botella al mar en el año 2022: iniciar un club de lectura. Nunca hubiese imaginado que ahora el club de lectura iba a lanzarme a mí mensajes en botellas llenas de comprensión y abrazos.
¿Y para qué te cuento todo esto?
No sé, dime tú.
Te leo.
Con amor y curiosidad y mil botellas llenas de poemas,
Yésica Isabel Nieves
Posdata. Gracias a Raúl Reyes, de @CuandoLeo, por la pregunta que me trajo hasta aquí. ¡Siempre agradecida!