Querido Daniel,
Te digo “querido” desde ya porque quiero que recibas el querer que sentí querer cuando escuché tu voz repetida desde el otro lado del teléfono. Imaginé, sin peajes, que estarías localizado qué-se-yo en Guanajuato o Mérida, y que a las 10:15 am CST, sin excepciones, siempre bajas por escaleras rojo brillante hasta el primer piso, te quitas tu suéter de hilos artesanales, te lo colocas bajo la axila derecha, miras a ambos lados para cersiorarte de que no venga nadie y entonces caminas al otro extremo de la calle, a la frutería. Allí esperas siempre paciente por tu turno y cuando llega el momento justo te compras sendo vaso de jugo de fresa y limón. Entonces, piensas en mí, quizás.
Te explico, bueno, me explico, quise decir. Ya ves, de nuevo con el querer. El que en menos de nueve minutos me hayas dicho: “Usted tiene la razón”, “Nos corresponde a nosotros ayudarle”, “Eso nos toca a nosotros”, “Sigo con usted”, “Continuamos”, “Seguimos”, “Seguimos”... me provocó, sobre todo, una risa tipo-Cascada-del-Ángel que no pude parar, evitar, nisiquiera desear-evitar.
Daniel, tu vida y tu acento y tu amabilidad aprendida en algún adiestramiento de on boarding en la oficina central de la agencia de servicio de telefonía móvil internacional para la que trabajas, me hizo cuestionarme tantas cosas. Cosas que no muy del todo sé nombrar pero sí sentir. Cosas que alguna vez te contaré. Mientras ocurre, mientras llegan concretas las palabras, sólo me resta decir:
“Seguimos”.
“Continuamos”.
“Sigo con usted”.
Y qué viva la ternura aunque sea aprendida. Por algún lugar se empieza. Hablo de mí, por supuesto.
Con respeto,
Yésica Isabel
Cliente Agradecida