Son casi las ocho de la noche cuando les escucho hablar.
Comienza la conversación mientras ven televisión.
Mamá dice en tono neutral algo sencillo: "Se me quemó la cafetera". Noto que casi al final, justo al pronunciar la última palabra, le crece a su voz un rabo de tribulación. Papá le escucha y responde con preguntas tranquilas.
Es entonces cuando ocurre: Mamá minimiza su pérdida, como si fuera cosa de cualquier día decirle adiós a un objeto que le ha acompañado por veinte años. Segundos luego, termina regresando a su tono neutral hasta lograr redirigir su atención a otros quehaceres. Nace luego un silencio —el mismo desde el que te escribo—.
En cuanto a mí, el café me sigue quedando mal. Llámalo falta de disciplina, falta de tiempo, o, quizá mejor: falta de paciencia. Pero eso es una historia para otro día. Acá lo importante es decirte:
Ojalá siempre te topes con alguien que quiera escucharte hablar de la cafetera que se te quemó.
Con amor y esperanza,
Yésica Isabel