escribir me ha sacado de casa

Me propuse escribir “como antes”, al menos una vez por semana. El “como antes” viene de un antes que duró al menos una década. No ha sido ni fácil ni difícil la tarea de volver a ello. Sólo ha sido. Y creo que está justo ahí la respuesta a la que aluden todos los libros sobre escritura como oficio, como pasión, como distracción y, sobre todo, como pregunta abierta que complejamente carga a todos lados su respuesta.



Escribir me ha sacado de casa. Me ha llevado al Café Caleta, a The Bookmark en San Patricio, inclusive a Daniel Naranjo. Me ha llevado sin pretensiones a la farmacia Puerto Rico Drugstore, la que queda en la San Franciso, esquina de la Cruz. Y, finalmente, a este pad amarillo de apuntes.



Ahora bien, luego este mismísimo pad de apuntes me trajo hasta aquí. A este pasado que es tronco y olivo, este pasado que me permite ser todo ello:


raíz, 


tronco, 


rama, 


hoja, 


fruto


...


siempre dependiendo de quien me lee y adjudique, siempre dependiendo de cómo me leo y me adjudico.



De este pasado, afirmo, quedan imágenes de cuando iba en biblicleta a las tiendas de ropa de segunda mano cuando vivía en Brooklyn, y hasta de la noche serena aquella en la que fui al Uptown Garrison más allá del puente que conecta a Washington Heights con New Jersey.


Queda sólo por decir una frase que leí creo que esta semana y que tiene todo que ver con esto del ejercicio de la escritura:

“Disfruto escribir porque es el único espacio en mi vida en el que me permito ser malentendida.”

 

Con amor,

Yésica Isabel