¿Para qué mimar al sueño?

Para mirarlo, admirarlo,

concertarlo.


Para escribirlo,

crecerlo

de nubes, hojas y boleroglam.


Para

escucharlo, al fin.


Tocarlo y, con ello, invitarlo

suave y sereno

justo y piadoso

a la mesa del caucus.


Con inquietud amorosa,

Yésica Isabel